Tu crees en el Karma, es algo que parece lógico, pero puede que si investigas bien, si buscas ejemplos reales en el mundo real, te encuentres de pronto en el grupo de los que dudan o dejan de creer.
Porque creer nunca debe de ser un dogma; creer debe ser algo que se haga con plena consciencia, con seguridad y claridad.
Si tu creencia no es así puede ser falsa, una simple necesidad de seguridad y control, tal vez prefieres una mentira reconfortante a una verdad desafiante, porque una verdad desafiante, es toda la que te saca de tu zona de confort, ese lugar donde todo está muy claro, aunque tengas que crear empalizadas para protegerle de la realidad exterior.
A lo largo de las siete anteriores entradas de los lunes, he transcrito algunas experiencias reales de la Terapia de Regresiones, las cuales muestran que lo que creemos que es el Karma que actúa en nuestra existencia en realidad puede muy bien ser otra cosa, tal como expongo en Vuelo a la libertad o el sinsentido del Karma.
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Hoy te traigo un relato de Karma
Quizás el próximo lunes deje otra experiencia directa de Terapia de Regresiones. Pero hoy quiero dejar un pequeño relato (puede ser real o no, que cada cual decida), porque hace un momento he visto un vídeo de una hermosa historia que relacionaban con el Karma.
Sin embargo, no creo que tenga nada que ver con él, sólo es la historia de un alma generosa, que tiene la suerte de ayudar a otra alma, que para variar tiene memoria y, además, la oportunidad de devolverle el favor. Ello me ha llevado a pensar que quizás otra historia ilustraría mejor qué es el Karma real, ese que controla nuestras vidas.
La visión de este relato puede parecer un poco dura, incluso negativa, no es un cuento de amor, esos de los que tanto enternecen el corazón, pero si miras al mundo más allá del confort de tu pequeño mundo, sabrás que las cosas ahí fuera, excepto para una exigua minoría, no son tan deseables como desearíamos que fueran. No se trata de ser negativo o positivo, porque no ser consciente de la realidad no la hace menos real.
En el último momento
Y Krishna, respondiendo a Arjuna, dijo:
Porque aquello en lo que uno piensa en el último momento de su vida, es con certeza hacia lo que el alma va, debido a la afinidad que tiene con esa determinada naturaleza.
Bhagavad GitaSe apoyó pesadamente contra la pared, se miró el vientre que sujetaba con la mano izquierda intentado contener la sangre, la separó un poco y empezó a brotar con fuerza, volvió a apretar intentando contener la vida que sabía se le iba por esa herida. Soltó el revólver que sujetaba en la mano derecha, y recargó con dificultad el tambor con una sola mano, se iría, pero no lo haría solo, pensó al tiempo volvía a empuñarlo con fuerza intentado controlar su respiración.
Mientras esperaba a que vinieran a terminar con él, trató de imaginar qué vendría después, cuando todo acabara, ¿habría algo después? No tenía más que veinte años, pero aunque apenas sabía leer, tenía una gran curiosidad y había preguntado mucho sobre la muerte, quizás porque siempre andaba cerca de él desde que era niño.
Su amigo Omar, que era musulmán, le había intentado convencer de hacerse musulmán, porque así podía ir al paraíso donde tendría no se cuantos miles de esclavos y decenas de mujeres para hacerle feliz… Aunque le había interesado el asunto de las mujeres, no le parecía que tuviera mucho sentido, dejar embarazadas a todas esas mujeres debía de ser un problema, pensó sonriendo y, desde luego, no le gustaban los esclavos, él lo había sido toda su vida, no quería eso para nadie.
Pensó en su amigo Felipe, un asesino no menos duro que Omar, pero que siempre antes de cualquier acción se santiguaba y besaba el crucifijo que le colgaba del cuello. Este también creía en el paraíso, sólo esperaba poder confesarse antes de morir, y no faltaba a una sola misa de domingo, confesándose a menudo y volviendo siempre de esa experiencia como si fuera alguien superior.
Por una horas parecía más silencioso, hablaba con más solemnidad; entonces era cuando le quería convencer de que le acompañara a misa y se convirtiera, pero eso de que, a pesar de todas las barbaridades que Felipe hacía, con unas simples palabras pudiera ir al paraíso le parecía absurdo, no tenía sentido tampoco.
Y pensó en Mahabahu, de una banda rival pero con el que hizo amistad en una tregua. También era peligroso, pero decía creer en la reencarnación y algo que se llamaba Karma, justificando que él sólo hacía lo que hacía por defenderse y sobrevivir, que sabía que un día tendría que pagar por sus malas acciones, y que por eso era generoso con los pobres.
Pero eso no le parecía algo de demasiado valor, él también compartía lo que tenía con los que tenían menos que él, y sólo por el placer de verlos sonreír, sólo por eso, porque hasta la gratitud que le demostraban le resultaba incómoda… Además, Mahabahu decía seguir las enseñanzas de un
libro que llamaba Guita, o algo así, que decía que debía actuar sin involucrar sus emociones en lo que hiciera, porque de esa forma no se encadenaba a sus acciones y no creaba Karma, algo raro…
Pero quizás por eso era un asesino tan frío. Sin embargo, la idea de la reencarnación le gustaba, tenía sentido, mucho más que caer en una vida como la suya, y no tener ninguna otra oportunidad de nada más que de condenarse.
Pero pensando en lo que le contó sobre Karma, que cada uno recibe en función de sus actos, y si te comportabas bien recibirías tu recompensa en vidas futuras, rememoró su vida con una sonrisa amarga: Nunca conoció a su padre, y recordaba a su madre como una mujer siempre sucia y empapada en alcohol o drogas, cuando tenía cuatro o cinco años le recogió una de las bandas del barrio, que le utilizó como mendigo, hasta que le encargaron entrar por un pequeño ventanuco en una casa y abrirla por dentro, ascendiendo de esa forma a ladrón y, un poco más tarde, le dieron un revolver y un encargo. Esa fue la primera vez que mató, y no tenía más de diez años, pero no haber dudado, y hacerlo limpiamente, le otorgó un grado de respeto en el grupo.
Sin embargo, no disfrutó de nada de todo eso, ni de ser mendigo, ni de ser ladrón, ni de ser asesino, pero no había otro mundo al que ir, la policía no aparecía por el barrio más que para cobrar sus sobornos, nadie le podía salvar y, al fin y al cabo, dentro de la banda todos eran como hermanos.
Fuera de ahí los niños que habían sido como él, sin padres ni nadie que les protegiera, terminaba en prostíbulos, o en manos de algún traficante de órganos, esa era la única protección que tenía frente al mundo, aunque también sabía que a ninguno le era permitido dejarla.
Si era cierto lo del Karma, ¿qué había hecho de malo en su anterior vida para que ahora tuviera que vivir así, si es que aquello era vida, y ahora morir así?
Recordó su vida, todo lo que había hecho, como aquella vez que entraron en una gran casa a robar, todo iba bien hasta que el padre de la familia sacó una escopeta, ni lo pensó, tuvo que descerrajarle un tiro a bulto, sin apuntar, pero que acertó en pleno corazón. Ya no quedó más remedio que matar al resto de la familia, si sólo se hubiese estado quieto…
Pero ese no era su único asesinato, habían sido muchos, y nunca había sentido tener elección, cuando empezó a tener consciencia de que aquello no estaba bien, supo que no le dejarían vivir si elegía abandonar la banda, si no le mataban sus propios hermanos lo haría otra banda que tenía cuentas pendientes con ellos.
Por mucho que hubiese querido no podía abandonar, y sino lo haría la policía que, por nada del mundo, quería que las cosas dejarán de estar como estaban. No debían permitir que nadie saliera del círculo trazado; además, y al fin y al cabo, él era un asesino, nadie diría nada a un policía, por corrupto que fuera, por matarle a sangre fría.
Si de hecho no lo hacían, era por no tener que enfrentarse a sus hermanos y perder sus sobornos. Sea como fuere, y a pesar de darse cuenta de que lo que hacía no estaba bien, estaba atrapado, aquello no era vida, era simple lucha por la supervivencia, y la única y amarga verdad es que mejor otro que él, así de simple, no había elección, eso o suicidarse.
Si era cierto lo del Karma, no era capaz de imaginar que habría hecho en una pasada vida, como para llegar a otra donde cosechaba aún peor Karma. Pensó que si era verdad, entonces la vida que le esperaba debía ser aún peor que esta, y si esta era un infierno, eso era ir cada vez a peor, no podía comprender donde estaría la evolución que decía Mahabahu se producía a través de las reencarnaciones… ¿Realmente merecía algo aún peor si nunca había tenido una sola oportunidad para poder elegir otra cosa?
Le vino a la memoria aquella familia que ejecutaron, la madre gritaba ¡¿por qué a mi, por qué a mi?! Y a él sólo se le ocurrió pensar ¿y por qué tú no…? ¿Que te hace creer que mereces algo mejor que yo o tantos miles que malviven y mueren ahí fuera?
Pensando ahora en ello y en el Karma, imaginó que aquella mujer, si hubiese creído en el Karma, tuvo que sentirse muy satisfecha a lo largo de su vida, pensando en lo buena que había sido, en una vida pasada, para ser tan afortunada… Hasta que se le acabó, por eso gritaba esas palabras, no podía imaginar que eso le pudiera pasar a ella, pero en este mundo nadie está a salvo, eso bien lo sabía él.
Sonrió con ironía: La vida es una mala broma, pero el Karma que me contó Mahabahu, no tiene más sentido que el paraíso de Omar o de Felipe. Habría que ser muy ingenuo para creerse esas historias, pero ellos tenían una ventaja sobre él: Cuando hablaban de sus creencias se ponían muy serios, se les veía muy confiados y seguros, a todos esas creencias les hacían sentirse mejor y superiores a los demás, estaban tan convencidos de su verdad, que eran capaces de amenazar de muerte a quién les dijera lo contrario… Aunque siempre había sospechado alguna debilidad en esa actitud, reconocía que él no tenía esa ventaja, nunca se sintió mejor o más seguro que los demás, siempre dudó, nunca tuvo más razón para sacar la pistola que seguir vivo.
Se sintió más débil, miró su mano izquierda cada vez más empapada de sangre, no aguantaría mucho, si no venían pronto sus perseguidores no se podría llevar por delante a ninguno ellos… ¿Y para qué llevarme por delante a ninguno conmigo? ¿Para qué? Porque es lo que he hecho toda mi vida, ellos o yo; pero sintiendo por primera vez que podía morir también sintió, por primera vez, el claro deseo de matar a alguien, lo había hecho muchas veces, pero ahora ese incomprensible deseo de matar a alguien era nuevo, nunca había deseado matar a nadie, ¿por qué ahora sí…?
Su cabeza se nubló, sabía que se iba a desvanecer, luchó por evitarlo y recordó algo que alguien le había dicho una vez: Si haces la pregunta adecuada siempre recibirás la respuesta correcta. ¿Pero cual es la pregunta adecuada aquí? Pensó con la mente turbia… Quiero comprender por qué, por qué todo esto ha tenido que ser así, por qué mi vida ha sido como ha sido…
Y se dio cuenta que esa era la pregunta que llevaba años haciéndose, tantos que ya no recordaba. Esa pregunta no era sólo una pregunta, sino algo que le ahogaba cada vez que apretaba el gatillo, algo que le encogía por dentro cada vez que golpeaba a alguien, algo que le atravesaba la conciencia… Y con esa pregunta se submergió en una niebla aún más densa.
Volvió a abrir lo ojos, miró su viente que sangraba más abundantemente que antes y, mientras se convulsionaba apretándolo, se dio cuenta que no tenía arma alguna y que esa no era su camisa, ni ese era su viente, ni esas eran sus manos, pero sí era su dolor, intenso y lacerante, el dolor de saber que iba a morir.
Levantó los ojos y vio extendida frente a él una mujer también llena de sangre que no se movía, junto a unos niños también inmóviles y supo, sin saber por qué, que esa era su mujer y esos niños eran sus hijos.
Surgió como una proyección de si mismo, que al mismo tiempo no era él, se sintió como una buena persona, llevando una vida dura y de escasez, pero de honrado trabajo en un lugar lejano, de grandes extensiones, se observó escuchando hablar a un hombre de traje negro, sobre ser bueno, amable, humilde, manso y renegar de la violencia y supo que aquello era importante para él…
Volvió a mirarse las manos que intentaban contener su vientre destrozado, entonces, levantando la cabeza, encaró el rostro de un hombre sobre él que le miraba a los ojos, riéndose mientras se le iba la vida.
En ese momento, mientras moría, hizo un juramento: Nunca, nadie volverá jamás a pisarme, a humillarme o a herirme, nunca más permitiré que nadie me haga daño, ni a mi ni a los míos, juro que te mataré y mataré a cualquiera que se ponga en mi camino… Y con esas palabras se desvaneció y murió.
De pronto sintió un golpe fuerte y seco en la mejilla, y luego otro en la otra, abrió sobresaltado los ojos y ahí estaban Felipe y Omar:
− Despierta amigo, despierta, aguanta, no se te ocurra dejarnos ahora, aguanta.
No había muerto, seguía vivo, y sentía mucho menos dolor que hacía un momento cuando se sintió morir, pero también había un dolor agudo en el corazón, había perdido una familia, una casa, unas tierras, una vida y sentía el desgarro de todo ello…
Miró agotado, pero directo, a los ojos de sus amigos, sabiendo que esta vez no se iría, tal vez mañana pero hoy no, hoy la muerte podía esperar porque ya había muerto y había respondido a su pregunta: Por qué todo esto ha tenido que ser así, por qué mi vida ha sido como ha sido, y por qué ese deseo intenso de matar a alguien que nunca antes había sentido… Ha sido así, porque así debía de ser, y no podía ser de otra forma, porque yo lo he querido y ahora, bueno o malo, debo vivir con ello.
Al igual que ahora comprendía por qué nunca nadie le había humillado, ni había permitido que le hirieran, también sabía que encontraría a quién, riéndose, le asesinó a él y su familia, que terminaría aquello por lo que estaba aquí y, tal vez, entonces estaría en paz con lo que le volvió a traer a esta vida.
¿Sientes que frente a determinadas situaciones reaccionas emocionalmente sin poder evitarlo? ¿Tienes sentimientos de ahogo, angustia, presión en el pecho, e incluso dolor?
La Terapia de Regresiones te puede ayudar a lograr la calma, la seguridad y la paz en tu corazón.
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